El libro que nos disponemos a resenar trata, como se evidencia en el título, de la centralidad que representa para la fe cristiana, de todos los tiempos y bajo todos los cielos, el mensaje evangélico del reino de Dios. Condición esencial que, según el sentido crítico del autor, no ha sido debidamente atendido por el cristianismo católico y, por tanto, no ha cobrado la suficiente recepción en su elaboración teológica. Tal paradoja lo conduce, inclusive, a declarar que la experiencia religiosa del reino de Dios es análoga al centro perdido de la fe cristiana. Sirva de ejemplo la alusión al último Catecismo de la Iglesia Católica (n. 571), cuya instrucción al respecto acentúa que «el centro de la Buena Nueva que los Apóstoles, y la Iglesia a continuación de ellos, deben anunciar al mundo» es «el Misterio Pascual de la cruz y de la resurrección de Cristo», no el mensaje de Jesús sobre el Reino de Dios. Es posible que este descuido eclesial se deba a la automática transposición del Jesús que anunció el reino de Dios al Cristo anunciado por la comunidad cristiana. En efecto, «al centro del anuncio de la Iglesia primitiva no estaba tanto el Jesús histórico, sino la interpretación teológica del Senor resucitado. Por ende, el mensaje de Jesús sobre el reino de Dios pasó a un segundo plano: del anuncio teocéntrico de Jesús con la basiléia se pasó al anuncio cristocéntrico de los discípulos» (p. 115). Dicho de otro modo, del evangelio de Jesús, se pasó al evangelio sobre Jesús.
Dentro de este cuadro de consideraciones, el autor procede a examinar las siguientes tres problemáticas que, en su secuencia, son las cuestiones que le sirven para estructurar los capítulos de su libro. Se pregunta, en efecto, qué tan cercano o lejano está el reino de Dios? .Qué función desempena la idea de la parusía en el anuncio de Jesús sobre el reino de Dios? .Qué relación existe entre el anuncio salvífico de Jesús sobre el reino de Dios y el significado salvífico de su muerte en cruz? Obviamente, tales problemáticas permanecerán siempre abiertas para la reflexión teológica. Con su estudio, no obstante, el autor nos acerca a importantes clarificaciones. In primis, identificando el nexo entre las dos principales (pre)ocupaciones del Jesús de Nazaret testificado en el Nuevo Testamento. A saber: anunciar la benevolencia de Dios por el ser humano, una benevolencia que ama sin reservas y que salva gratuitamente; y, anunciar la buena noticia del Reino de Dios (basiléia tou theou), una buena noticia, esencialmente evangélica, que se adhiere al evento salvífico de Cristo como a la promesa redentora del tiempo escatológico.
Establecido el doble anuncio (mensaje) de Jesús (Mensajero), toca ahora esclarecer su precisa relación con la naturaleza del reino de Dios. Es decir, la originalidad del argumento contenido en dicho mensaje y proclamado públicamente por tal Mensajero. Para el autor, entonces, el reino de Dios es una acción que concierne exclusivamente a la iniciativa divina, no a la humana. En este caso, le resulta fundamental hacer comprender que el reino de Dios, como también el éschaton, es una acción puramente divina y solamente posible desde la fuerza del senorío divino. Dicha acción y fuerza divina son capaces de convocar y congregar a los más posibles. Por lo cual, el reino de Dios no es un reino para aislados individuos, sino que posee el efecto de conformar la erección del Pueblo de Dios.
Con refinada precisión teológica, el autor nos recuerda, además, que el reino de Dios es sinónimo de la futura redención escatológica. Si bien es precedido o anticipado (prólēpsis) por la acción salvífica de Cristo, no obstante, el reino de Dios no pertenece al tiempo cronológico, sino a las realidades últimas y eternas. De ahí que el mensaje de Jesús sobre el reino de Dios confiera una especial vinculación entre el misterio de la encarnación (la venida histórica del Hijo de Dios), y el misterio de la esperanza en la parusía (la venida gloriosa de Cristo). A propósito, el autor corrobora que en la actualidad la esperanza en la parusía de Cristo y el cumplimiento del reino de Dios no parecen tener la suficiente centralidad en la vida de la comunidad cristiana. «Al parecer, la realidad actual se ha vuelto tan apreciada para la Iglesia que ha dejado de anhelar la plenitud y de rezar por el fin del mundo, de la humanidad y de la historia» (p. 119).
Llegado a este punto, el autor es consciente de que la tensión del reino de Dios entre presente-futuro / cercanía-lejanía / ya-todavía no, constituya el problema fundamental del argumento que está afrontando. La complejidad de la reflexión escatológica, en cuanto que esta no puede ofrecer información precisa sobre las realidades últimas, como el hecho de que en la Biblia no se encuentren respuestas claras sobre la basiléia, no hace más que poner en dificultad a la teología. En atención a lo cual corresponde preguntarse, en qué modo se pueden integrar estos extremos en la comprensión teológica sobre el reino de Dios? Estando en consonancia con el autor, nos parece que lo más adecuado es asumir las realidades escatológicas en modo cualitativo. Justo porque el aspecto más característico del mensaje escatológico de Jesús se refiere a la incondicional acción salvífica de Dios. Jesús, además, no anunció la presencia del reino de Dios, sino más bien su cercanía, como una realidad que está por venir. Debido a sus palabras y obras, principalmente con su pasión, muerte y resurrección, es que Jesús revela la esperanza de «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1). De ahí que dicha esperanza se exprese en forma de petición al recitar el Padre nuestro: «venga tu reino». Incluso como la aclamación comunitaria del Marana-tha.
Ciertamente, como evidencia el autor, dicha escatología cualitativa contrasta con la escatología histórica-salvífica propuesta por Óscar Cullmann. Quien, efectivamente, formuló la dialéctica del «ya» y el «todavía no» del reino de Dios. Es decir, si con su muerte y resurrección Jesús nos alcanzó «ya» la salvación, esto no excluye que «todavía» debamos esperar el evento decisivo de la salvación universal. Es posible que dicho modelo dialéctico pueda servir de base a una aserción paradójica; sin embargo, no es menos posible el hecho que «no aporte nada de esclarecedor a la cuestión temporal del reino de Dios. .Pues qué se quiere decir cuando se afirma que el reino de Dios es a la vez ya y todavía no, que está ya en acción, pero que todavía está ausente, que ya se ha experimentado, y no obstante es todavía objeto de esperanza?» (p. 89).
Es indudable el estrato soteriológico que subyace a todo este contenido. Por tal motivo, el autor no rehúsa reflexionar, al final de su libro, sobre la implicación salvífica adscrita en el anuncio de Jesús sobre el reino de Dios. En este sentido, se opone a identificar la acción salvífica de Dios solo en el evento de la cruz y, por tanto, exclusivamente a partir de la idea del sacrificio reparativo desarrollada por la theologia crucis. Porque, «en qué modo una imagen de Dios caracterizada por el amor absoluto, así como ha sido anunciado y vivido por Jesús, se concilia con la idea de sacrificio y expiación» (p. 165). Además, el anuncio de Jesús no consistió en su destino de muerte, sino en el reino de Dios que está por llegar y que, en sí mismo, implica el perdón de los pecados y la redención de toda la creación. Somos de la opinión, de que tanto la muerte en cruz de Jesús como su anuncio del reino de Dios son dos realidades que se implican, recíprocamente, en el único e idéntico evento de la revelación de Cristo. Desde este núcleo fundamental de la fe cristiana, la muerte en cruz de Jesús nos revela el don de la salvación de todo el género humano. En cambio, con la parusía del Cristo glorioso se nos revelará la redención de toda la creación, humana y no humana, como cumplimiento de la comunión en la basiléia tou theou.
Desde la revelación de Cristo, centro fundamental de la fe cristiana, se comprende por qué la esperanza en la llegada del reino de Dios determinó la entera existencia de los primeros cristianos. Es evidente que no esperaban algo, sino a Alguien. Por tanto, estaban «siempre dispuestos a dar respuesta [pros apologian] a todo el que les pidiera razón de su esperanza» (1P 3, 15). Es posible que la falta de audacia en recuperar la esencia de la apologética cristiana, implicará aún que el mensaje de Jesús sobre el reino de Dios sea ausente de la elaboración teológica contemporánea. De dicha audacia, lamentablemente, este libro no es un ejemplo notable.
F. Sánchez Leyva, in
Salesianum n. 2/2025, 422-424